Y cuando el dinosaurio despertó, Carver bebía, el oro de los tigres deslumbraba a Borges, Millás atendía el teléfono. Macondo entonces fue un sueño, una plegaria de Capote perdida en la lejanía de Bowles. El hombre ya no estaba allí. Solo encontraron un relato. Apenas un destello de vida.

11/08/2007

Al vuelo


"En una ocasión pregunté a una vieja dama japonesa: ¿Qué sería lo primero que habría que pedir a Dios? Inteligencia, respondió."





Escuchado en "Alexandra", de Alexander Sokurov


10/20/2007

De la vejez como una de las bellas artes


Cuando lo compré, Truman era un señor que, según la Enciclopedia Durban, mi única fuente de conocimiento, arrasó Hiroshima. Tampoco me decían nada el apellido, Capote, y la filiación del otro, un tal Borges. Aquél otoño del ochenta el rojo y el amarillo invadieron los quioscos. ¿Quién se podía resistir al capricho de hacerse, por el precio de uno, con los dos libros? Luego, vinieron más títulos, cambié varias veces de casa, supe más de Capote y, una tarde de lluvia, quise ver a Kodama y a Jorge Luis, del brazo, por la Gran Vía. Al abrir ayer la Nueva antología personal, las páginas crujieron. Pese a que el papel y la impresión de hoy son diferentes, el libro que compré cuando fui joven no ha envejecido. La existencia de los libros se rige por una ley distinta: unos nacen en el orfanato de la indiferencia, otros crecen de un estirón y después desaparecen, los buenos se adaptan a la mudanza del tiempo, los mejores van de mano en mano hasta que se aseguran un alojamiento, temporal eso sí, pero digno, en cualquier estantería. La otra tarde, por ejemplo, descubrí en el escaparate de una librería de segunda mano un ejemplar de El síndrome Chejov. Con porte digno, desde el último anaquel observaba a Da Vinci, Potter, Ruiz Zafón y otras canciones veraniegas. “El síndrome...” se ha hecho adulto, pensé y le auguré el porvenir de los volúmenes de la colección Reno, que tanto gustaban a mi madre, de las novelas ilustradas de Bruguera, de los crisolines, de nuestra coloreada colección Austral. Es obvio que los libros sobreviven a quienes los escriben: en mi amarillenta antología borgiana ni está la lluvia que sucede en el pasado ni en la biografía de su autor se anuncia cierto día de junio de 1986, en Ginebra.

10/17/2007

A vueltas con lo mismo

"... Como diría un materialista, al escribir uno siempre se delata aunque quiera.
También en eso escribir se parece al matrimonio: uno descubre cosas de sí mismo que preferiría no saber.
Por eso nadie escribe para decir algo, sino para escuchar, para que lo que escribimos nos diga lo que no sabíamos de nosotros mismos, para que nos delate."

Rafael Reig
Público, 16 de octubre de 2007

10/05/2007

Andrés Rivera (palabras)


“...Tras la caída del Muro de Berlín, esa izquierda que se asumía como revolucionaria ha desaparecido de la contienda política. Las consignas de la lucha de clases han sido reemplazadas por las de la lucha contra la corrupción. ¿Qué dejó de valer la pena? ¿Cambiar el mundo? No. Yo creo que sigue siendo una propuesta. Porque si no el mundo no se va a suicidar, pero la vida se va a convertir en algo más atroz que lo que es ahora. (...) ¿A qué le tengo miedo? Es una buena pregunta. A ciertas horas del día. Despierto temprano; hoy, por ejemplo, a las seis de la mañana. Duermo bien. Pero entre las cinco y las siete y media de la tarde es como un largo momento de desolación. Ahí aparecen todos los fantasmas. Hasta que me voy a dormir. Se diluye, me entretengo con algunas lecturas, unas buenas y otras no. Hago mis compras. Camino por las calles. Nada ha cambiado. No hago balances pero sí, tengo la certidumbre, que se acerca en esas horas, cuando el día finaliza, de que estoy cerca del final. Y, por favor, que se entienda bien esto que digo: no tiene, o yo pretendo que no tenga, ninguna carga de patetismo. Es una certidumbre.”
El profundo sur
Veintisieteletras, Madrid 2007

10/04/2007

Las voces y los días

En la certeza de tenerlo cerca, hacia el trabajo, de viaje, camino de alguna parte, no advertí su ausencia. Con el paso cambiado por un nuevo horario, un naufrago dio la voz de alarma: de algún tiempo a aquella parte, la brisa nocturna parecía menos cálida. El azar o el destino hicieron que el día de su vuelta yo, recién llegado también, entretuviera con la radio el tiempo vacío de la convalecencia. No lo esperaba, no había escuchado el inicio de la emisión, pero enseguida reconocí la naturalidad, el porte, la llaneza. Cierta mujer que traté me había preguntado muchas veces: ¿Le conoces? Decepcionada por los años, los fracasos sentimentales y un mundo que ya no le pertenecía, todas las noches, a eso de las diez, ella abandonaba cualquier compromiso, cualquier compañía, incluso la de su televisión todavía en blanco y negro, para quedarse a solas con el único hombre que le parecía coherente, aquél que sólo era una voz. No, no lo traté. Sólo una vez, hace muchos años, lo vi, de lejos, en cierta reunión. Tampoco escribí la historia de la mujer desengañada y a la que, como al naufrago, he recordado hace un rato. De la noche de su regreso sólo retengo una palabra tres veces repetida. Donde estés, Carlos: gracias, gracias, gracias

9/25/2007

Su rostro y mañana


"Conrad decía que escribía sobre todo para que la gente viera. Era el mismo afán que tenía cuando era marino. Lo peor que le podía pasar a un marinero era no ver. Yo escribo para que la gente vea. A veces ocurre que cuando más interés tenemos en ver, vemos menos. Al narrador (...) le pasa que cuando más falla a la hora de interpretar es cuando está mirando a las personas más cercanas."






Javier Marías
(entrevistado por Juan Cruz)
EPS, 23/09/07

9/20/2007

Acuse de recibo. La piel arrugada. Hacia una definición del entusiasmo

Al séptimo día tampoco descansó: le dolía la cabeza, el escándalo que llegaba desde el bar de abajo no le había dejado pegar ojo durante toda la noche, la víspera olvidó comprar café y, al abrir el grifo, lamentó haber dejado al portero con la palabra en la boca. En esas circunstancias, no se sintió con fuerzas para buscar alguno de los libros que habían quedado a medio leer o para sentarse ante el ordenador. En calzoncillos, dio varias vueltas por la casa. Al fin, se tumbó en el sofá y concentró la mirada sobre los calcetines anaranjados. Recorrió una a una las bolitas que acusaban el desgaste de la lana hasta que su mente encontró un argumento a tanta contrariedad. Sobre las páginas de una guía telefónica, Enrique Redel escribió, al cabo de un rato, las primeras líneas de La piel arrugada, un análisis de la pérdida del entusiasmo en las sociedades contemporáneas. Lejos de plantearlo como un espejismo, el autor desafía a San Agustín y, al igual que algunos novelistas estadounidenses, sitúa el concepto en el campo de lo cotidiano, como aquellos viejos calcetines que protegían sus pies. Pero discrepa de los pensadores ortodoxos, que asocian ese impulso a la juventud y de quienes lo vinculan a un empeño más o menos imposible. “El engaño emana de la misma etimología del término –escribe-, nadie podrá demostrar que todo entusiasta lleva un dios dentro”. Tras sortear con habilidad la tentación de convertirse en un nuevo gurú de la autoayuda o de la literatura visionaria, Redel sugiere al lector una gimnasia para mantener su entusiasmo: compartir lo que se admira, entregarse sin reservas a todo cuanto parece atractivo. Resistir, en definitiva, al peor de los tedios. Ése que nos hace creer que el fin del mundo ocurrirá en domingo.


Los años arrugan la piel, pero renunciar al entusiasmo arruga el alma.
Albert Schweitzer (1875-1965)


La piel arrugada. Diario de un entusiasta
Enrique Redel
Zhen Ediciones

9/10/2007

Cada escritor es una casa


Cuando la fama era otra cosa, cualquier lector podía contactar con relativa facilidad con un autor popular. Algunos, como Martín Vigil, solían consignar su dirección al final de sus novelas. Otros respondían con amabilidad las cartas que recibían. No recuerdo cómo obtuve su número pero sé que, pocos días después de que ingresara en la Academia, hablé por teléfono con Carmen Conde. La llamé otras veces, más tarde, con algún pretexto, una entrevista para la revista del instituto o la felicitación por alguno de los muchos libros que publicó en aquél tiempo. La circunstancia de que viviera en la misma casa que Vicente Aleixandre, otro de mis escritores favoritos por entonces, hacía más atractivas aquellas conversaciones. El joven que fui imaginaba a los dos bardos sentados frente al televisor, como mi madre veía la telenovela con la vecina del séptimo. Al cumplir los diecisiete, Cien años de soledad y Últimas tardes con Teresa me abrieron otros horizontes lectores. Me encontré con Carmen Conde pasado el tiempo, cuando ya no leía sus poemas: charlaba en un acto con Rosa Chacel, su rival en la terna de entrada a la Española. Ahora que se cumple el centenario de su nacimiento, con la espléndida biografía de José Luis Ferris recupero la casa de Velintonia 3, los poemas de El tiempo es un río lentísimo de fuego –uno de sus mejores libros, para mi gusto- y la negativa elegante de la escritora –"hay una enferma en casa"- al adolescente que pretendió aprovechar una escapada a Madrid para visitarla. En el vacío de lo que ya no es, Ferris pone nombre y situación a lo que en sus memorias era sólo una insinuación, sin que nadie, ni la autora, ni sus lectores, tengan la sensación de haber caído en ese afán sensacionalista tan de nuestro tiempo.

9/01/2007

Operación Retorno/De Mario Benedetti, "Amor por el bosque"


Había una vez un bosque, lleno de trastos viejos y florecillas nuevas, entre los que, inconscientemente alegres, corrían, volaban, saltaban o, simplemente, transitaban sus habitantes naturales: gorriones, vaquitas de sanantonio, mulitas, zorrinos, liebres, perdices, ranas, cotorras, picaflores, etcétera.
Las relaciones zoociológicas eran relativamente buenas. Después de cada lluvia los hongos nacían como hongos, y eso daba abundante motivo a los cantos, graznidos, cotorreos, mugidos, rebuznos y otros medios de comunicación de masas. Las flores eran vulgares y silvestres, pero por lo menos nadie las pisoteaba. Con su samba de una sola nota las insistentes ranas llenaban la noche. Eran verdaderamente llenadoras. En época de relativa escasez, los animales mayores corrían la liebre; pero cuando la escasez era más grave hasta las liebres corrían la liebre. Sin embargo, y pese a todas las dificultades de la vida salvaje, aquel era un bosque feliz.
Naturalmente había objeciones contra la tozudez de las mulitas, la difamación de las cotorras o la ronca sapiencia de los sapos; pero después de todo un picaflor tenía casi los mismos derechos que un yacaré, la única diferencia estaba en la dentadura. Todos estaban autorizados a ver el cielo, que aparecía entre las altas ramas y, cuando las calandrias cantaban el himno del bosque, los pinos se quitaban respetuosamente las copas y todos los árboles lo escuchaban de pie.
Por supuesto, un bosque es un conjunto de árboles y de matas, pero en él todo marcha mucho mejor cuando se arbola que cuando se mata. Esto no pareció importarle demasiado a un señorito ceñudo y sañudo que apareció en el bosque una mañana gris. De entrada, miró con resentimiento a arbustos y alimañas. Como anticipo, pisoteó un escarabajo y le arrancó lentamente las alas a una mariposa. Al día siguiente vino con otros hombres igualmente ceñudos y sañudos, acompañados de extraños instrumentos, herramientas y maquinarias. Durante dos o tres semanas, indiferente a las más hondas aspiraciones de la flora y de la fauna, taló y taló. No dejó un solo árbol en pie. Los animales y animalitos que, por algún azar, lograron sobrevivir a la hecatombe, pasado el estupor inicial huyeron despavoridos.
Por fin, el hombrecito hizo cargar todos los troncos en enormes caminos. Sólo una tortuga quedó, por razones que ustedes podrán imaginar, para presenciar esta última operación. Por lo tanto, fue ella el único testigo de un extraño gesto: el hombrecito desenrolló un gran cartel y lo colocó en el primero de los camiones. Como la tortuga era analfabeta no pudo enterarse del texto del letrero, que decía: "Yo quiero a mi bosque, ¿Y usted?"

7/17/2007

Desde Olivia. Ni plazo que no se cumpla


En una vida torcida como la de Felipe Alcorta, mi sobrino, no cabía otro final. En esta ciudad sin secretos todo el mundo conocía el calvario que supuso para mi hermano mayor su matrimonio con Obdulia Cañabate pero preferí mantenerme al margen de las habladurías. Ahora, en cambio, sí me gustaría que esos que presumen de conocer el pasado de Felipe se armaran de valor y preguntaran, alto y claro, si no fue su madre, tan ambiciosa como irresponsable, la causante de todas sus desdichas. ¿Quién lo condujo a la quinta del arquitecto Redento Soteras, a sus fiestas, a sus excentricidades de genio? ¿Cómo se explica que no pudiera impedir que huyera al extranjero con Pilarín Otuna y que años después, tras el entierro de mi hermano, se las ingeniara para retenerle en un lugar en el que siempre fue el hazmerreir? De todas las jugadas de Obdulia, la última fue la mejor, aunque ya no moviera la baraja. La llegada del francés, la cantina, las juergas, los escándalos, otra vez, y un desbarajuste que ha terminado del único modo posible: mal. Quizás parezca una tontería pero Felipe pudo redimirse. Aquella misma tarde, en mi casa, juró que cambiaría de vida. Yo intuía que no había tiempo aunque no quise desanimarle. En treinta años, era la primera vez que nos encontrábamos a solas. Al parecer, desde la muerte de Soteras estaba inquieto. Alguien, que supongo que las hermanas Durango conocerán, había puesto en circulación un sobre con documentos. Tan angustiado lo vi que quise acompañarle al restaurante. Durante el paseo se empeñó en que le recordara una oración que le enseñé de niño. La repitió varias veces. Nos despedimos en la puerta, sin caer en sentimentalismos. Tengo la certeza de que afrontó con serenidad el último renglón de su destino.





Pero a través de estas palabras tú comprendes en seguida que Olivia está envuelta en una nube de hollín y pringue que se pega a las paredes de las casas...


Las ciudades invisibles


Italo Calvino

6/28/2007

Garrote, garrote vil

De todos los comensales, él, aquél día, el del Libro, era el menos dicharachero. Y, sin embargo, tenía mucho que contar. Pero Joaquín Guerrero Casasola, que acababa de obtener el premio L'H Confidencial de novela negra, se limitó a informarnos de que estaba cursando un doctorado en Salamanca. Ahora que he terminado de leer su espléndida novela Ley garrote recuerdo aquél almuerzo y lamento no haber sido indiscreto para averiguar si Gil Baleares, ese antiguo policía que abandonó el cuerpo “dizque por ideales, ética y esas cosas”, que vive “a salto de mata” y que tiene trabajo cuando alguien lo busca “después de haberlo intentando todo, igual que los desahuciados que buscan curanderos y brujos”, regresará pronto, como vuelven siempre los grandes, de Marlowe a Carvalho, desde que la literatura empezara a teñirse de negro. Ocupado con el entrecot y en seguir la conversación ajena, Guerrero Casasola olvidó, o se lo impidió la charlatanería del resto, hablarnos de ese Méjico que no es lindo ni se parece al que describía “ese puto de [Agustín] Lara que no se cansa de cantar aunque ya esté muerto”. Baleares, su personaje, opina el mundo es “un jodido laboratorio psicológico pervertido por la cadena alimenticia, el pez grande devorando al chico sin necesariamente tener hambre”. No seré yo quien le lleve la contraria. Por desgracia, la realidad es parte de la ficción y no a la inversa. Lo confirma la crónica periodística: “Mal pagados y peor entrenados, los agentes mexicanos son presa fácil para el crimen organizado” (El País, 26/06/07). De puertas para adentro, el extravío del Perro Baleares, la ingenuidad de Juanito el desdoblamiento de Yayo, la honradez del taxista en el último viaje, aportan su cuota a un realismo que no es mágico y sí descorazonador. Recuerdo a Guerrero Casasola, sentado ante mi en la mesa, elegante, silencioso, con esa mezcla de desconfianza y aplomo que usan los grandes escritores para contar la vida.

6/16/2007

Desde Olinda. A Felipe Alcorta. In memoriam


Alcorta, amigo mío, sé que hasta los confines de la eternidad habrá llegado el eco de esa risa contagiosa que tanto buscamos quienes te quisimos. Con medias verdades algunos se empeñan en propalar que tu paso por la tierra estuvo lleno de desdichas y de desengaños. Conociéndolos, prefieren pasar por alto las circunstancias que, todavía niño, te obligaron a huir, oculto en un tren de mercancías. Para su colección de biografías ejemplares resulta más vistoso consignar tu amistad con Brel, como si fuera el fruto de una simple casualidad, y olvidar que peinaste la melena de Françoise Hardy para las fotografías que dieron la vuelta al mundo o que habías socorrido a La Mome cuando se desplomó en mitad de la actuación. Y en cuanto a lo que ocurrió después, intentan emborronarlo todo. Al parecer, regresaste por propia voluntad. Pero tú y yo sabemos quién se encontró contigo cerca de la estación; cómo y cuándo murió tu madre; quién desapareció sin dejar rastro; quién, una noche, volvió después; cómo te convenció y con qué argumentos para que te desprendieras de los discos, de las acciones, del dinero. Nadie tiene interés en explicar por qué se halló en tu chaqueta un pasaje de avión; cómo llegó tu fiel caniche, el día antes de que entraras en la cámara frigorífica, a la perrera municipal; a dónde fueron a parar las macetas; por qué ninguno de esos de los que ahora murmuran y lloriquean habían asomado por tu casa durante meses. Los muy ingenuos se creen a salvo en su mentira sin reparar en que, bajo la apariencia de un ser distraído y superficial, administrabas el rencor sobre la fórmula del “todo se paga”.
Que nadie se llame a engaño: Felipe Alcorta no perdonará jamás a sus deudores. Ni siquiera después de muerto.

6/14/2007

Eduardo Galeano. Los derechos humanos

La extorsión,
el insulto,
la amenaza,
el coscorrón,
la bofetada,
la paliza,
el azote,
el cuarto oscuro,
la ducha helada,
el ayuno obligatorio,
la comida obligatoria,
la prohibición de salir,
la prohibición de decir lo que se piensa,
la prohibición de hacer lo que se siente
y la humillación pública
son algunos de los métodos de penitencia y tortura tradicionales en la vida de familia. Para castigo de la desobediencia y escarmiento de la libertad, la tradición familiar perpetúa una cultura del terror que humilla a la mujer, enseña a los hijos a mentir y contagia la peste del miedo
­ –Los derechos humanos tendrían que empezar por casa –me comenta, en Chile, Andrés Domínguez

5/29/2007

La niebla herida

Lo peor que puede ocurrirle a un lector –un conductor, a fin de cuentas, extraviado en la autopista de una historia– es que, en mitad de la espesa niebla, se haga de noche y deba detener el viaje. Joaquín M. Barrero me contó que, aunque había urdido tramas desde joven, sólo en ese momento en que las obligaciones laborales dan paso a otras experiencias más personales había conseguido el tiempo y la serenidad necesarios para publicar una novela.
Barrero reúne, sin duda, uno de esos perfiles de fotomatón a los que son tan propensos los periodistas. El del escritor tardío que logra que algunos de los mejores libreros de España, primero, una potente editorial, más tarde, y miles de lectores, después, se entusiasmen con un thriller. O para condensarlo en un titular, algo así como "Del anonimato al best seller".
Pero toda referencia periodística es siempre superficial. ¿Qué plumilla destacaría que a Joaquín M. Barrero le gusta emocionar a sus lectores? En La niebla herida, detrás del argumento –en la tierra nadie que se extiende desde la página hasta el corazón de quien sujeta el libro en sus manos– se advierten los colores de otra época, más pobre, más dura, distinta. Para los que nacimos después, la neblina obra el milagro, entonces, de mostrar los olores de la taberna, los secretos del matadero o la sensualidad de Jennifer Jones y Tom Tyler en los cines de programa doble.
Sí, hay muchos, demasiados, libros varados pero en La niebla herida nada se detiene. El lector huye con los muchachos que escapan de un suceso atroz, y a los que el destino dispensará un trato acorde con la dureza del momento, sin que durante la fuga pierda de vista el paisaje más negro que gris de la España del racionamiento.
Siempre asocio la niebla a los viajes que hice de niño en el modesto coche familiar. La niebla era entonces niebla y no el humo blanquecino de hoy. Como cuando salíamos al campo y la espesura gris borraba cualquier referencia. Eso ocurre a veces con los libros. Uno empieza a leer y no sabe cómo seguir ni a donde llegar. En La niebla herida, Joaquín M. Barrero guía con tino al lector.
¿Qué se puede esperar de un novelista que bautiza a su personaje con el nombre de Corazón?

5/04/2007

Acuse de recibo. Libros. La vida apacible


Más que el título, a Miguel Ángel Muñoz le había llamado la atención la preciosa caligrafía de la dedicatoria: “A Dimas Lanzat con la certeza de que, más pronto que tarde, volverá a reír la primavera. Guadarrama, 1957. Lys Ibáñez de Lope”. Muñoz se había topado varias veces con el fantasma de Lanzat mientras buscaba datos sobre los voluntarios de la zona en la División Azul para su primera novela. Varios documentos recogían la valentía de Lanzat en el frente, las medallas, el regreso, muy enfermo, y su labor posterior en el Hogar de Huérfanos. A partir de ahí, resultaba imposible seguirle el rastro. Algún tiempo después de la aparición del libro, un anónimo advirtió a Muñoz de que Lanzat, ya personaje literario, había muerto en un sanatorio para tuberculosos en 1960 y no a manos de los maquis. Sin embargo, Muñoz perseguía por entonces a Lys Ibáñez de Lope, la desconocida autora de “Un corazón en llamas”, aquel volumen de doce relatos que años antes compró en una librería de viejo. Sólo el veterano Gustavo Gálvez, embarcado en el monumental estudio “De la A a la Z, todos los autores de la tierra”, la recordaba vagamente: “Creo que fue una de las primeras falangistas, trabajó enfermera durante la guerra y después en Auxilio Social. Debió morir hace tiempo”. Tampoco en la Biblioteca Provincial obtuvo más dato que el de la existencia de un ejemplar de la obra. Pasados unos días, una mujer citó a Muñoz en un viejo piso de la Avenida de Maeztu. “No llegaré al verano –sentenció la anciana al término de la visita. Mi amiga Elisa, la funcionaria a la que preguntó por mi, sabe qué debe hacer cuando yo falte. Quédese con esos papeles y repare la injusticia que padecimos. Alguien pensó que estorbábamos. Nos acusaron de ser unos de degenerados, de abusar de las huérfanas. Lo hicieron en voz baja, por la espalda, sin un papel, sin una firma, para asegurarse de que no podríamos defendernos. Luego se olvidaron de todo, de Dimas, de mi, de la conjura y de las niñas. En esas carpetas está mi desengaño.”
"La vida apacible" reúne la obra narrativa de Lys Ibáñez de Lope, el borrador de unas memorias, la correspondencia que mantuvo con Rosales, Ridruejo o Panero y un interesante estudio de Miguel Ángel Muñoz sobre el Hogar de Huérfanos y su repentino cierre en el invierno de 1955.



La vida apacible. Obra completa.
Lys Ibáñez de Lope
Edición y notas de Miguel Ángel Muñoz
Síndrome Ediciones
2007

4/15/2007

Desde Tamara. Rectificación

Como socio y amigo que fui de Felipe Alcorta, creo necesario matizar algunos datos de la información ofrecida en este medio sobre las circunstancias que rodearon su vida y su muerte. En el texto, lo primero se reduce a la anécdota. Lo segundo, al absurdo. Sí, es cierto: Alcorta fue a París y regresó, a la fuerza, para cuidar a su madre. Ni allí ni aquí fue feliz. Pero el trato con Brel excede a la simple coincidencia. Ambos mantuvieron una estrecha colaboración artística y personal hasta la desaparición del artista en octubre de 1978. Alcorta, que presenció sus inolvidables actuaciones en el Olympia de 1961, 64 y 66, no dudó en abandonar el negocio para estar junto al amigo en los momentos más críticos de su enfermedad. Fue precisamente L’Abbé Brel quien, intuyendo el abandono en el que se sumió Felipe a la muerte de doña Obdulia, le envió a Leo Dumas, (la expresión "un estudiante francés", que jamás pronunció el supuesto entrevistado, es tan inexacta como maliciosa: hablamos de un reconocido estudioso de la obra de Gómez de Avellaneda). Alcorta, Dumas, ya hospedado en mi casa, y, modestamente, quien esto suscribe quisimos levantar un templo del buen gusto en Las Marquesas, el nombre del establecimiento –que el redactor de la crónica omite- alude, como se sabe, al lugar donde descansa para siempre Jacques. De no habernos tropezado con cierto personaje estoy seguro de que lo hubiéramos logrado. Le animo a encontrar a esa persona, ausente, ya es raro, en una noticia tan documentada como la de ayer. Será interesante saber qué hizo, dónde estuvo y qué amistades frecuentó Felipe Alcorta en estos últimos años. Solo así averiguaremos quién tiró a la basura los discos, quién se llevó las cartas, las fotos, el dinero. Quién cerró, desde fuera, la cámara frigorífica.
«Los burgueses son como los cerdos, cuanto más viejos se hacen, más estúpidos se vuelven».

3/31/2007

Mañana, mañana, tomorrow


El dependiente de la tienda de electrodomésticos bromeó con mi peculiar forma de pronunciar “tomorrow”. Yo debía tener seis o siete años y después de mucho insistir, al fin había conseguido que me compraran el single con el que Los Ángeles se habían convertido en un grupo popular. Tiempo después, poco, los vimos bajarse de un taxi, frente a una cafetería muy vanguardista, la primera, creo recordar, que servía rebanadas tostadas de pan de molde en lugar del clásico bollito. Los Ángeles representaban lo moderno en el limitado horizonte de la vida provinciana, como los muebles de realite, el cubalibre, o el 850 Cupé. Este tipo de anécdotas no aparecen, evidentemente, en el libro de Fernando Díaz de la Guardia “Los Ángeles, una leyenda del pop español”, pero tampoco alterarían lo esencial de una crónica, apasionada, de la época en la que España, incluso en esos lugares alejados de Madrid y Barcelona, soñó con ser rabiosamente moderna. Es más, Díaz de la Guardia esboza el argumento de una novela. Cuatro muchachos que, atraídos por los ritmos que llegan de fuera, sueñan con parecerse a los de Liverpool, se rapan el pelo por una apuesta, alcanzan el despacho del productor discográfico de moda, consiguen un repertorio de canciones pegadizas, salen en la tele y hacen una película. Cerca de los treinta, descubrirán que el país, la música y hasta ellos mismos han cambiado. El final, sobre el asfalto, tiene ese mismo tono épico. Un mes después de que Manolo Garrido anunciara por la radio lo ocurrido, se organizó un concierto, entre homenaje y benéfico, en la plaza de toros. Para entonces, yo tenía casi catorce años, habían transcurrido ocho desde la mañana en que me hice con el disco, Franco había muerto, el productor estaba a punto de cerrar su época dorada, el arreglista se suicidaría meses más tarde y las canciones románticas e ingenuas daban paso a un grito de “libertad sin ira” que esperanzaba a los melenudos, ya puretas y treintaañeros, que antes se habían emocionado con las canciones de Los Ángeles. Todo había sucedido muy deprisa.

3/12/2007

Somos felices.Banderas

Somos felices aunque siempre que vienen tienen algo que reprocharnos: que a cuento de qué mantenemos cerrado un piso tan grande en la capital, que al instalarnos en la costa nos hemos desentendido de los nietos, que deberíamos comer menos, andar más, gastar poco. Les molesta, incluso, que ahora viajemos con frecuencia. No, no descolgarán el teléfono para saber si hemos llegado bien. Como si no existiéramos. Y descarto la excusa de que cada cual tiene sus propias preocupaciones. Ahí está el pequeño, que gana un dineral, soltero, joven, guapo... ¿No podría atender más a sus padres? Ayer se presentó sin avisar, con la cara arrugada, nos dio un beso y se tumbó en el sofá. Para romper el hielo, su padre empezó a contar lo cómodo que resultó el viaje en tren, lo bien organizada que estuvo la manifestación pero él zanjó las explicaciones: “Ya... Creí veros en el reportaje que dieron en Telenueve.” Le dije que no, que no pasamos cerca de ningún reportero, que Telenueve y todos los periodistas mintieron, que los del gobierno tendrán que mover ficha porque ahora... Tampoco me dejó terminar. Se levantó y, como uno de esos izquierdistas en sus mítines, apoyó las manos sobre la mesa y agachó un poco la cabeza. “En fin, no tengo mucho tiempo. He venido a anunciaros que me caso... con el hombre que vivo desde hace años. Me gustaría que nos acompañarais aunque respetaré otras decisiones”. “¿Y no estáis bien como hasta ahora?”, quise preguntar pero se fue con la misma arrogancia que llegó. Sobre la mesa quedaron los recortes del periódico, los pasquines, las pegatinas. Estuvimos un buen rato callados. Luego fuimos a pasar la tarde a la sede del partido. Se está preparando en Logroño una manifestación para protestar este sábado por algo gordo. Por supuesto, iremos.




3/10/2007

El vecino de Marguerite


"Piensen cuáles pueden ser las razones básicas para la desesperación. Cada uno tendrá las suyas. Les propongo las mías: la volubilidad del amor, la fragilidad de nuestro cuerpo, la abrumadora mezquindad que domina la vida social, la trágica soledad en la que en el fondo vivimos todos, los reveses de la amistad, la monotonía e insensibilidad que trae aparejada la costumbre de vivir"

Enrique Vila-Matas
"París no se acaba nunca"
Compactos-Ed. Anagrama
2006

3/07/2007

Acuse de recibo. Libros. Oximorón

Durante su trabajo en una diminuta estafeta del Servicio Postal de EEUU, Gordon Life fue reuniendo una irregular colección de cuentos que nunca llegarían a publicarse en vida del autor. Cercado por las estrecheces económicas y las catástrofes sentimentales, Life encontró en esos avatares un precioso material que deleitaría a cualquier literato sediento de argumentos. El apacible funcionario, según la descripción de sus vecinos, lejos de retratar el paisaje del fracaso halló un lugar narrativo al que su hija, la extravagante Dizz Molley, bautizó como "el Blefescu consuetudinario". En efecto, el millar páginas de Oximorón abre al lector las puertas de un mundo movido por simples poleas. Hechos aparentemente tan cotidianos como la porción de queso a punto de ser deglutida por una rata hambrienta, la estilográfica que rasga el papel o el breve paso de la rebanada de pan por el tostador adquieren en la escritura de Life una dimensión épica, de la que se contagiaron Aaron Ganz, Hugh Molley o el costarricense Plácido Garroncho, entre otros. Con los años, esta intensa observación de lo cotidiano agotaría su vista literaria. Según relata Dizz Molley en la espléndida introducción, que con inexplicable cicatería se nos ha ahorrado a los lectores españoles, relevado del contacto con el público, su principal fuente de inspiración, "Gordon Life abandonó Blefescu y huyó a Lilliput". En sus últimos días trabajó con denuedo en la novela Invocación, la epopeya sobre la construcción de una escalera alrededor de la Torre de Babel y de la que Hipálague editará en breve una nueva traducción a cargo de Eva Mariscal. El periodista Drew Northon, que la víspera de la publicación de Oximorón dio con el escritor en un siquiátrico de Washington, Alabama, consiguió salvar el manuscrito de esta obra inconclusa antes de que fuera interceptado por los agentes de McCarthy.




Oximorón
Traducción de Pilar Adón
Edición y notas de Enrique Redel
Complexio Editores
2007

3/06/2007

Ochenta. El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad


"... Si no fuera escritor, hubiera querido ser el hombre que tocaba el piano sin que nadie le viera la cara, sólo para que los enamorados se quisieran más."


Eligio García Márquez se lo escuchó contar una vez a su hermano Gabriel José García Márquez en presencia de José Arcadio Buendía, Úrsula Iguarán, Remedios Moscote, Amaranta, Rebeca, Arcadio, Arcadio José, Santa Sofía de la Piedad, Pietro Crespi, Mauricio Babilonia, Gastón, Melquíades...

3/01/2007

Desde Tamara. Sucesos: Muere Fermin Alcorta, hostelero

La policía no cree que el cocinero Felipe Alcorta, cuyo cadáver apareció anteayer en la cámara frigorífica de su restaurante, fuera asesinado. Se descarta, además, que pudiera tratarse de un suicidio. Numerosos clientes acudieron al tanatorio para despedir al popular hostelero que inauguró su establecimiento a principios de los ochenta, tras cuidar, durante más de una década, a su madre, aquejada de una enfermedad degenerativa."Los años que pasé en París fueron los mejores de mi vida –declaró. Trabajé duro: planché camisas, preparé coronas de difuntos. Un amigo me dio la oportunidad para cantar en una braserie. Allí conocí a ese artista tan famoso, un tal Brel, que fumaba como un carretero. Cierta noche estuvo bebiendo hasta tarde. Antes de marcharse, nos ofreció una canción muy triste que había compuesto para olvidar a la mujer a la que acababa de abandonar. Después no le volví a ver". A principios de los setenta, Alcorta regresó. "Mi padre había muerto y mamá estaba sentenciada por la enfermedad. Renuncié a mi carrera para quedarme a su lado. Cuando falleció, mucho más tarde de lo que ambos esperábamos, no tenía un duro. Un estudiante francés que habíamos hospedado tiempo atrás me convenció de que abriera un restaurante en la antigua cristalería familiar. Durante meses, yo cociné las recetas de mamá y él atendió el comedor. Por fortuna, el negocio ya marchaba solo cuando se largó, de la noche a la mañana y sin la menor explicación".Ni en el local ni en la modesta vivienda que ocupaba el fallecido en la parte superior del edificio se han hallado indicios de violencia pero todo parece indicar que Alcorta quiso desprenderse de algunos efectos personales. Su colección de discos de chansoniers ha aparecido en un contenedor de basura.

"El ojo no ve cosas sino figuras de cosas que significan otras cosas: las tenazas indican la casa del sacamuelas, el jarro la taberna, las alabardas el cuerpo de guardia, la balanza el herborista. Estatuas y escudos representan leones delfines torres estrellas: signo de que algo —quién sabe qué— tiene por signo un león o delfín o torre o estrella. Otras señales indican lo que está prohibido en un lugar —entrar en el callejón con las carretillas, orinar detrás del quiosco, pescar con caña desde el puente— y lo que es lícito —dar de beber a las cebras, jugar a las bochas, quemar los cadáveres de los parientes—."
Italo Calvino
Las Ciudades invisibles


foto: Phil H. flickr.com

2/24/2007

Esperando a los bárbaros


Lo proclaman sus estandartes en los caminos: más pronto que tarde un manto verde acabará con la cosecha, el mar se esconderá tras las ventanas, callarán los grillos en verano y las moscas serán mariposas inertes en el termostato del aire acondicionado. Adiós ríos, adiós montes, extraviadas para siempre las oscuras golondrinas en tu balcón acristalado sin nidos que colgar. Se acercan. Los cascos de sus caballos rompen el silencio del valle. Inmejorables vistas, financiación a su medida, rentabilidad asegurada. Vendrá el progreso y nos hará más pobres.



Foto: Zahara, Cádiz
Sábado, 24 de febrero 2007

2/17/2007

San Valentín, yo no te olvido


Conocido en España por su papel de san Valentín en "El día de los enamorados", Jorge Rigaud murió en un geriátrico de Leganés en 1984. Pocos días antes, Rigaud, que tenía 78 años y vivía de una pensión mensual de 40.000 pesetas y los réditos de sus ahorros, había sido atropellado por una moto en la Gran Vía. Aunque en principio los médicos le diagnosticaron sólo una contusión en la pierna izquierda, horas después de abandonar el hospital el actor se desmayó mientras paseaba por la calle. Extrañados por su ausencia, la asistenta y el portero del edificio tardaron más de veinticuatro horas en dar con él en el área de urgencias del centro sanitario. Al parecer, había perdido casi enteramente el habla y la memoria pero los responsables del servicio insistieron en que debían darle de alta. "Dijeron que si no nos lo llevábamos nosotros, lo conducirían al albergue municipal o a algún asilo benéfico", contó el conserje a los periodistas. Tras varios días de tira y afloja, al fin se encontró una institución privada donde internarlo. Apenas una hora después del ingreso, Rigaud, que había nacido en Buenos Aires el 11 de agosto de 1905, falleció. Su aspecto era muy diferente al de aquel San Valentín que llegaba a la Tierra en autobús. Según el personal del centro, "estaba sucio, sin afeitar y con la ropa rota"

2/14/2007

Con ansias y esperanzas de un querer



Antes de que retire el papel de regalo de la cajita que has dejado sobre la mesa, alza la voz y pon los puntos sobre las íes: idiota, inútil, imbécil. Me lo merezco, el rapapolvo digo. Ni hago nada, ni sirvo para nada, apesto a fracaso. Por mucho interés que ponga en cada una de las atenciones que te dedico, cualquiera, hasta la criatura más estúpida, sabría cómo agradarte mejor que yo. Sí, llevas razón: vivir conmigo, al albur de mis cambios de ánimo, de mis depresiones, de mis extravagancias, es un suplicio. Por eso debes desquitarte. Aprovecha cualquier tontería, un comentario sin importancia, un gesto, una caricia a destiempo, y saca tu genio, todo tu carácter, esa forma de ser, ruda y distante, que los demás consideran la clave de tu éxito y yo el mayor de tus atractivos. Sin perder la sonrisa, llámame escoria, ruin, aguafiestas, mierda y comemierda, nombra a mi madre, enumera todos los errores que cometí en el pasado, repasa la vacuidad de mi existencia, insiste en lo insignificante que soy y, por si lo hubiera olvidado, demuestra quién manda aquí, repite que todo, absolutamente todo, te lo debo a ti, es obra tuya, te pertenece. Mis lágrimas, los balbuceos, no han de conmoverte. Cuando con tanta tontería haya acabado por desesperarte, mírame con desprecio y, con la certeza del ilusionista ante su truco, agita la mano delante de mi cara, haz un chasquido con los dedos y saca de la chistera esa orden que me aterra: desaparece, vete al carajo, largo de aquí, fuera de mi vista, a la puta calle, olvídame.

ÚLTIMA HORA: Enamorados del mundo entero intercambiarán millones de regalos como celebración del día de San Valentín, un mártir cuyo aniversario la Iglesia católica dejó de celebrar a partir de 1969 por dudar de su identidad e incluso de su existencia.

Terra.es

2/08/2007

Prudencia y respeto (al pie de la noticia)


Un día faltó al trabajo, no se encontraba bien. Alguien, con criterio, sopesó el dato y consideró que sí, que constituía una noticia importante, digna de la portada de una revista, de ser analizada e, incluso, debatida en el ágora televisivo. Quienes pasamos por delante del quiosco o de la tienda de electrodomésticos fuimos informados con puntualidad de la contingencia y las posibles causas. Con la energía que se administraba la cucharada de aceite de ricino, supimos sus desengaños e ilusiones sentimentales, de las idas y venidas y, cómo no, la aparente mejoría que experimentaba su ánimo. Ayer, sobre la imagen ralentizada de una mujer joven que trata de proteger a una niña de flashes, cámaras y micrófonos, alguien quiso contar la última hora. El reportero quizás balbuceó pero los hechos se relataron según se sucedían. Nuestro derecho a la información, una vez más, había quedado a salvo. Reclamar prudencia y respeto ya era, a esas alturas, mucho pedir.

2/04/2007

¿Cambio climático?

Que la temperatura media del planeta subirá entre 1,8 y 4 grados; que habrá más días de calor, menos lluvia, poco invieno; que no quedará playa ni hielos polares; que el ser humano es el único responsable; que el desierto habrá acabado con el viñedo y rodeará amenazante mi casa; que el viento será un tornado, el futuro una incógnita, la vida una muerte lenta... Más que las conclusiones de los expertos sobre el cambio climático, me inquieta la reacción que suscitan entre quienes me rodean; «No veremos nada de éso, tardará en llegar -aseguran confiados. Para entonces, habremos muerto.»

2/01/2007

Días (sin) cine


Fernando Tejero y Diego Martín describen unos personajes que no recuerdo haber visto en la película. El director, David Serrano, dice que se documentó en varios libros para recrear la época del destape. "Durante el rodaje hubo días que no tuve que hacer nada", asegura el cineasta para defender el trabajo de sus actores. Están todos tan contentos con el resultado que ya preparan la secuela, Días de circo, Días de fútbol 2, Días de nada. Qué más da. Cero por cero es siempre cero.

1/21/2007

Esperando el invierno

No soy yo él que te ama este minuto.
Es él en mí, su invento.
Un lento asesinato de ternura.
Juan Gelman
Foto: Acantilados de Maro. Domingo 22/01/07 13:00

1/15/2007

Año nuevo. Cortar y pegar

Dios hace tiempo que se marchó de este mundo, sentencia un personaje en el trailer de "Diamantes de sangre", la última película de Leonardo Di Caprio. Podría servir para empezar. A Matilde Horne, de 92 años, la traductora de 'El señor de los anillos' a la que le dieron un millón por el trabajo de toda una vida, le parece "hermosísima" la palabra llovizna, "con esa elle como tartamuda y los sonidos que vienen a continuación ". En cambio, muñón le estremece, "es un trozo de carne que no está vivo, pero tampoco está muerto". Matilde cobra trescientos euros al mes y vive en una residencia de ancianos. Tengo el recorte del periódico sobre la mesa para escribir unas líneas en cuanto tenga clara una idea. También quisiera decir algo sobre la imagen de Saddam con la soga al cuello, los réditos electorales que devengarán ciertas actitudes ante el terrorismo, o "La primavera romana de la señora Stone", que Bruguera ha publicado hace poco. Debería ordenar un poco los conceptos. "Trato de averiguar de qué escribo al tiempo que escribo", Marías dixit. Y los días pasan. Sigo perdido.

1/12/2007

il nuovo album della Divina

Aboliamo gli auguri

Caro 2007, va tutto bene. Conviene abolire gli auguri per mancanza di necessità. Da molti anni si vive una tale escalation di felicità civile che appare inutile, se non addirittura iettatorio, immaginare cambiamenti. La mania di perseguire nuovi traguardi viene a sproposito quando la perfezione è ormai acquisita.
Gli intelligentissimi, i lustrini, l’informazione puntuale e plurale coprono la diffusione televisiva da mane a sera. È meglio che non si modifichi la sontuosa e sostanziosa parte catodico-passiva della nostra vita.
Se la fase uno di ogni idea o campo d’azione è ottimale, non c’è bisogno di fasi due. Ci sono sufficienti tasse da pagare e sufficienti evasori. Tutti i doveri e tutti i diritti si bilanciano così bene che quasi si confondono, si annullano, svaniscono, togliendoci dall’impaccio di doverli riconoscere.
Le parole dette e stampate in privato e in pubblico sono così urlate che nessuno può sostenere di non essere stato raggiunto dal messaggio e se inducono sbadigli, niente di male. Si sarà prodotto un risparmio, socialmente benvenuto, sulle benzodiazepine.
Per quanto riguarda l’istruzione, tutto è già previsto. Come sempre, secondo una esperienza consolidata, la formula dell’esame di maturità anche l’anno prossimo cambierà.
Tutto a posto. Quale miglioramento pretendere per i cosiddetti giovani? È ben noto che non vi è tutta questa urgenza per il loro inserimento. Ci sono pur sempre i cosiddetti vecchi che, indipendentemente da acciacchi, menomazioni e aggiustature, mantengono la loro validità in politica, spettacolo, giornalismo, finanza, potere in senso lato. Qualcuno afferma addirittura che quel profumino di stantio che emanano sia patrimonio anche per le future generazioni.
Quando una società è in crisi, diventa fondamentale investire in ricerca. Siccome l’Italia non investe in ricerca, vuol dire che non è in crisi. Un assioma che è una garanzia.
La morte. Anche quella sventura è stata risolta. Ognuno può giocarsela come vuole. Intendo la propria e quella degli altri. Tutti possono esprimere azioni e pareri in proposito. Non è vietato, ma conveniente e corretto. Abbiamo imparato a fare distinguo di bene e male su eutanasia, condanna a morte, vittime, carnefici. In fondo è vero. Ogni morto e ogni facitore di morte hanno effettivamente le proprie ragioni. Perché non riconoscerle? Non sarà per quel sottilissimo filo di strumentalizzazione che si dovrà rinunciare alla potentissima lusinga di potersi schierare. Se ci pensiamo bene, questa è la descrizione della libertà.
Caro 2007, mi correggo. Aboliti gli auguri per mancanza di speranza.


La Stampa, n.335 31.12.06

1/01/2007

Un punto de partida

Un día mis palabras te consolarán, como las tuyas nunca
podrán hacerlo.

Paul Bowles

Está escrito

Principal acusado

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"Todo misterio resulta al fin una trampa. El rastro de Miguel Fernández, su espejismo, conducen a la nada. Inventarlo fue mi error. Conocerle, mi tragedia.”