Y cuando el dinosaurio despertó, Carver bebía, el oro de los tigres deslumbraba a Borges, Millás atendía el teléfono. Macondo entonces fue un sueño, una plegaria de Capote perdida en la lejanía de Bowles. El hombre ya no estaba allí. Solo encontraron un relato. Apenas un destello de vida.

6/16/2007

Desde Olinda. A Felipe Alcorta. In memoriam


Alcorta, amigo mío, sé que hasta los confines de la eternidad habrá llegado el eco de esa risa contagiosa que tanto buscamos quienes te quisimos. Con medias verdades algunos se empeñan en propalar que tu paso por la tierra estuvo lleno de desdichas y de desengaños. Conociéndolos, prefieren pasar por alto las circunstancias que, todavía niño, te obligaron a huir, oculto en un tren de mercancías. Para su colección de biografías ejemplares resulta más vistoso consignar tu amistad con Brel, como si fuera el fruto de una simple casualidad, y olvidar que peinaste la melena de Françoise Hardy para las fotografías que dieron la vuelta al mundo o que habías socorrido a La Mome cuando se desplomó en mitad de la actuación. Y en cuanto a lo que ocurrió después, intentan emborronarlo todo. Al parecer, regresaste por propia voluntad. Pero tú y yo sabemos quién se encontró contigo cerca de la estación; cómo y cuándo murió tu madre; quién desapareció sin dejar rastro; quién, una noche, volvió después; cómo te convenció y con qué argumentos para que te desprendieras de los discos, de las acciones, del dinero. Nadie tiene interés en explicar por qué se halló en tu chaqueta un pasaje de avión; cómo llegó tu fiel caniche, el día antes de que entraras en la cámara frigorífica, a la perrera municipal; a dónde fueron a parar las macetas; por qué ninguno de esos de los que ahora murmuran y lloriquean habían asomado por tu casa durante meses. Los muy ingenuos se creen a salvo en su mentira sin reparar en que, bajo la apariencia de un ser distraído y superficial, administrabas el rencor sobre la fórmula del “todo se paga”.
Que nadie se llame a engaño: Felipe Alcorta no perdonará jamás a sus deudores. Ni siquiera después de muerto.

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"Todo misterio resulta al fin una trampa. El rastro de Miguel Fernández, su espejismo, conducen a la nada. Inventarlo fue mi error. Conocerle, mi tragedia.”