Y cuando el dinosaurio despertó, Carver bebía, el oro de los tigres deslumbraba a Borges, Millás atendía el teléfono. Macondo entonces fue un sueño, una plegaria de Capote perdida en la lejanía de Bowles. El hombre ya no estaba allí. Solo encontraron un relato. Apenas un destello de vida.

7/17/2007

Desde Olivia. Ni plazo que no se cumpla


En una vida torcida como la de Felipe Alcorta, mi sobrino, no cabía otro final. En esta ciudad sin secretos todo el mundo conocía el calvario que supuso para mi hermano mayor su matrimonio con Obdulia Cañabate pero preferí mantenerme al margen de las habladurías. Ahora, en cambio, sí me gustaría que esos que presumen de conocer el pasado de Felipe se armaran de valor y preguntaran, alto y claro, si no fue su madre, tan ambiciosa como irresponsable, la causante de todas sus desdichas. ¿Quién lo condujo a la quinta del arquitecto Redento Soteras, a sus fiestas, a sus excentricidades de genio? ¿Cómo se explica que no pudiera impedir que huyera al extranjero con Pilarín Otuna y que años después, tras el entierro de mi hermano, se las ingeniara para retenerle en un lugar en el que siempre fue el hazmerreir? De todas las jugadas de Obdulia, la última fue la mejor, aunque ya no moviera la baraja. La llegada del francés, la cantina, las juergas, los escándalos, otra vez, y un desbarajuste que ha terminado del único modo posible: mal. Quizás parezca una tontería pero Felipe pudo redimirse. Aquella misma tarde, en mi casa, juró que cambiaría de vida. Yo intuía que no había tiempo aunque no quise desanimarle. En treinta años, era la primera vez que nos encontrábamos a solas. Al parecer, desde la muerte de Soteras estaba inquieto. Alguien, que supongo que las hermanas Durango conocerán, había puesto en circulación un sobre con documentos. Tan angustiado lo vi que quise acompañarle al restaurante. Durante el paseo se empeñó en que le recordara una oración que le enseñé de niño. La repitió varias veces. Nos despedimos en la puerta, sin caer en sentimentalismos. Tengo la certeza de que afrontó con serenidad el último renglón de su destino.





Pero a través de estas palabras tú comprendes en seguida que Olivia está envuelta en una nube de hollín y pringue que se pega a las paredes de las casas...


Las ciudades invisibles


Italo Calvino

Principal acusado

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"Todo misterio resulta al fin una trampa. El rastro de Miguel Fernández, su espejismo, conducen a la nada. Inventarlo fue mi error. Conocerle, mi tragedia.”