Y cuando el dinosaurio despertó, Carver bebía, el oro de los tigres deslumbraba a Borges, Millás atendía el teléfono. Macondo entonces fue un sueño, una plegaria de Capote perdida en la lejanía de Bowles. El hombre ya no estaba allí. Solo encontraron un relato. Apenas un destello de vida.

7/12/2006

Desde Olinda. Necrológica: Redento Soteras, arquitecto


Por Herlinda Durango

Redento Soteras venía con frecuencia al estudio de mi padre. Las cinco hermanas nos escondíamos en la antecámara del recibidor, entre sombreros y abrigos, para verle de cerca mientras esperaba a que la criada le condujera al infierno de planos en el que se gestaba la reforma del centro de la ciudad. Soteras era entonces un muchacho atractivo; recién licenciado, se había comprometido con la menor de las hijas del doctor Otuna, su enfermera durante su convalecencia en el Hospital Militar, y trataba de disimular una leve cojera. Aunque papá le consideraba su discípulo predilecto, entre ellos nunca hubo más relación que la estrictamente profesional. Las Durango competíamos, sin embargo, por obedecer la orden paterna y acompañar al visitante hasta el portón. Estoy segura de que Redento era consciente de la atracción que despertaba: se atusaba con parsimonia el espeso bigote negro, elegía con precisión el emplazamiento del cigarro entre los dedos para resaltar las manos elegantes y, con un sutil movimiento de lengua, hacía más sensuales sus finos labios. La fama de galán del arquitecto se extendió por alta sociedad capitalina con la misma facilidad que su prestigio como arquitecto. El matrimonio con la de Otuna, en cambio, fue un auténtico desastre. No tuvieron hijos, hay quien sostiene que fue la secuela más dura de las heridas que le dejó la guerra, y la doble vida de los cónyuges se convirtió en un secreto a voces. Las fiestas en el hotelito, la legión de jóvenes acompañantes, supusieron un escándalo. El final de aquella locura, también. Pilarín Otuna desapareció con un muchacho. No volvimos a saber de ella. Soteras, impulsor de la nueva arquitectura local, ha pasado sus últimos años como un monje, sin otra compañía que la de dos de aquellas hermanas que lo idolatramos en su juventud.



"En Olinda (...) las viejas murallas se dilatan llevándose consigo los barrios antiguos que crecen en los confines de la ciudad, manteniendo sus proporciones en un horizonte más vasto; éstos circundan barrios un poco menos viejos, aunque de mayor perímetro y menor espesor para dejar sitio a los más recientes que empujan desde dentro; y así hasta el corazón de la ciudad: una Olinda completamente nueva que en sus dimensiones reducidas conserva los rasgos y el flujo de linfa de la primera Olinda y de todas las Olindas que han ido brotando una de otra; y dentro de ese círculo más interno ya brotan —pero es difícil distinguirlas— la Olinda venidera y las que crecerán a continuación. "
Italo Calvino
"Las ciudades escondidas 1"

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"Todo misterio resulta al fin una trampa. El rastro de Miguel Fernández, su espejismo, conducen a la nada. Inventarlo fue mi error. Conocerle, mi tragedia.”