Y cuando el dinosaurio despertó, Carver bebía, el oro de los tigres deslumbraba a Borges, Millás atendía el teléfono. Macondo entonces fue un sueño, una plegaria de Capote perdida en la lejanía de Bowles. El hombre ya no estaba allí. Solo encontraron un relato. Apenas un destello de vida.

7/19/2006

De viaje. 2005. Buenos Aires


Llevábamos varios días yendo de un lado a otro de la capital, en taxi, por supuesto, hasta que de pronto nos topamos con el otro Buenos Aires. No obstante, teníamos algún indicio de su existencia: gente de edad madura que, con dignidad, con un cierto porte, mendiga un peso; niños con aspecto de no haber ido nunca a la escuela durmiendo en la calle; el extrarradio urbano convertido en un mar de hojalata y cartón... Pero, a la altura de la Avenida de Mayo, nos dimos de bruces con decenas, cientos de personas mal vestidas, andrajosas, desnutridas. La policía hizo el ademán de interponerse en su marcha. No hicieron falta palabras. Un grupo de manifestantes se alineó a ambos lados del caudal humano y esgrimió los palos que portaban. Siguieron la marcha, nosotros también.
Entramos en el distinguido y añejo Café Tortoni. Algún cliente mayor se acercó a la ventana para contemplar el paso de los manifestantes sin descorrer demasiado el visillo. Los comercios de la zona empezaron a echar el cierre. Al fin, la masa de descamisados alcanzó la Plaza de Mayo. Sin perder el gesto desafiante acamparon frente a la Casa Rosada. Nuestro hotel se encontraba en la calle Bolívar, a apenas unos metros de la residencia presidencial. La zona es una especie de city financiera, desierta los fines de semana, y poblada de jóvenes ejecutivos de traje negro el resto de los días. Allí, en el corazón económico de la urbe, han asentado sus reales hombres, mujeres y niños. La policía los observa a distancia, se nota que no hay interés en disolverlos. En la larga espera, esa gente deambula por las calles de los ricos, se planta frente a McDonalds, observa la entrada y salida de huéspedes de los hoteles. Pero, ¿qué quería exactamente aquella turba?
Cuatro o cinco horas después de que iniciaran la protesta, cansado de buscar el rastro de la noticia en la televisión, me acerqué a buscar algún periodista. En cualquier lugar de Europa una manifestación multitudinaria ante la sede de la presidencia del país habría acaparado más atención informativa. Después de dos o tres vueltas dimos con tres o cuatro muchachos bien vestidos. Sin ocultar el aburrimiento, explicaron el motivo de la protesta: “Son los piqueteros -comenta el más desenvuelto, un treintañero enfundado en un gabán de marca-, los que lo perdieron todo con el crack de hace unos años; cobran un salario social de apenas cincuenta euros al mes y, como el presidente proclama que la nación está saliendo del bache, quieren que se lo doblen. Solo el doble. La mayoría no encontrará sitio en el nuevo sistema. No fueron a la escuela, no manejan el ordenador, no tienen salud. Cualquiera de nosotros podría estar ahí mañana. Perder el empleo, por malo que sea, en Argentina es caer por el precipicio, sin subsidio, sin ahorros, sin futuro". Aunque han pasado la noche en improvisadas tiendas de campaña delante de la Casa Rosada, las imágenes apenas si han circulado por los informativos y la prensa matinal. "Esto ya no es noticia", asegura otro de los reporteros mientras el recepcionista nos prepara la factura.
La policía ha abierto un estrecho pasillo para que circule el taxi en el que hemos dejado el hotel. Los he visto alejarse desde el cristal, hacerse más pequeños aun a mi vista. Con una mínima parte de lo que hemos gastado en este viaje cualquiera de ellos podría empezar una nueva vida

1 comentario:

Ramiro Semper dijo...

"Con los huesos de Videla
vamos a hacer una escalera
para subir a los cielos
a nuestra Evita montonera"
(Canción justicialista)
Lástima que lo que fue el proyecto más ilusionante de un nuevo orden en Hispanoamérica se anegara en corrupción y hoy sólo sea un nombre común para las corrientes más dispares y contradictorias. (¿A qué me suena esto?)

Principal acusado

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"Todo misterio resulta al fin una trampa. El rastro de Miguel Fernández, su espejismo, conducen a la nada. Inventarlo fue mi error. Conocerle, mi tragedia.”