Y cuando el dinosaurio despertó, Carver bebía, el oro de los tigres deslumbraba a Borges, Millás atendía el teléfono. Macondo entonces fue un sueño, una plegaria de Capote perdida en la lejanía de Bowles. El hombre ya no estaba allí. Solo encontraron un relato. Apenas un destello de vida.

10/20/2007

De la vejez como una de las bellas artes


Cuando lo compré, Truman era un señor que, según la Enciclopedia Durban, mi única fuente de conocimiento, arrasó Hiroshima. Tampoco me decían nada el apellido, Capote, y la filiación del otro, un tal Borges. Aquél otoño del ochenta el rojo y el amarillo invadieron los quioscos. ¿Quién se podía resistir al capricho de hacerse, por el precio de uno, con los dos libros? Luego, vinieron más títulos, cambié varias veces de casa, supe más de Capote y, una tarde de lluvia, quise ver a Kodama y a Jorge Luis, del brazo, por la Gran Vía. Al abrir ayer la Nueva antología personal, las páginas crujieron. Pese a que el papel y la impresión de hoy son diferentes, el libro que compré cuando fui joven no ha envejecido. La existencia de los libros se rige por una ley distinta: unos nacen en el orfanato de la indiferencia, otros crecen de un estirón y después desaparecen, los buenos se adaptan a la mudanza del tiempo, los mejores van de mano en mano hasta que se aseguran un alojamiento, temporal eso sí, pero digno, en cualquier estantería. La otra tarde, por ejemplo, descubrí en el escaparate de una librería de segunda mano un ejemplar de El síndrome Chejov. Con porte digno, desde el último anaquel observaba a Da Vinci, Potter, Ruiz Zafón y otras canciones veraniegas. “El síndrome...” se ha hecho adulto, pensé y le auguré el porvenir de los volúmenes de la colección Reno, que tanto gustaban a mi madre, de las novelas ilustradas de Bruguera, de los crisolines, de nuestra coloreada colección Austral. Es obvio que los libros sobreviven a quienes los escriben: en mi amarillenta antología borgiana ni está la lluvia que sucede en el pasado ni en la biografía de su autor se anuncia cierto día de junio de 1986, en Ginebra.

10/17/2007

A vueltas con lo mismo

"... Como diría un materialista, al escribir uno siempre se delata aunque quiera.
También en eso escribir se parece al matrimonio: uno descubre cosas de sí mismo que preferiría no saber.
Por eso nadie escribe para decir algo, sino para escuchar, para que lo que escribimos nos diga lo que no sabíamos de nosotros mismos, para que nos delate."

Rafael Reig
Público, 16 de octubre de 2007

10/05/2007

Andrés Rivera (palabras)


“...Tras la caída del Muro de Berlín, esa izquierda que se asumía como revolucionaria ha desaparecido de la contienda política. Las consignas de la lucha de clases han sido reemplazadas por las de la lucha contra la corrupción. ¿Qué dejó de valer la pena? ¿Cambiar el mundo? No. Yo creo que sigue siendo una propuesta. Porque si no el mundo no se va a suicidar, pero la vida se va a convertir en algo más atroz que lo que es ahora. (...) ¿A qué le tengo miedo? Es una buena pregunta. A ciertas horas del día. Despierto temprano; hoy, por ejemplo, a las seis de la mañana. Duermo bien. Pero entre las cinco y las siete y media de la tarde es como un largo momento de desolación. Ahí aparecen todos los fantasmas. Hasta que me voy a dormir. Se diluye, me entretengo con algunas lecturas, unas buenas y otras no. Hago mis compras. Camino por las calles. Nada ha cambiado. No hago balances pero sí, tengo la certidumbre, que se acerca en esas horas, cuando el día finaliza, de que estoy cerca del final. Y, por favor, que se entienda bien esto que digo: no tiene, o yo pretendo que no tenga, ninguna carga de patetismo. Es una certidumbre.”
El profundo sur
Veintisieteletras, Madrid 2007

10/04/2007

Las voces y los días

En la certeza de tenerlo cerca, hacia el trabajo, de viaje, camino de alguna parte, no advertí su ausencia. Con el paso cambiado por un nuevo horario, un naufrago dio la voz de alarma: de algún tiempo a aquella parte, la brisa nocturna parecía menos cálida. El azar o el destino hicieron que el día de su vuelta yo, recién llegado también, entretuviera con la radio el tiempo vacío de la convalecencia. No lo esperaba, no había escuchado el inicio de la emisión, pero enseguida reconocí la naturalidad, el porte, la llaneza. Cierta mujer que traté me había preguntado muchas veces: ¿Le conoces? Decepcionada por los años, los fracasos sentimentales y un mundo que ya no le pertenecía, todas las noches, a eso de las diez, ella abandonaba cualquier compromiso, cualquier compañía, incluso la de su televisión todavía en blanco y negro, para quedarse a solas con el único hombre que le parecía coherente, aquél que sólo era una voz. No, no lo traté. Sólo una vez, hace muchos años, lo vi, de lejos, en cierta reunión. Tampoco escribí la historia de la mujer desengañada y a la que, como al naufrago, he recordado hace un rato. De la noche de su regreso sólo retengo una palabra tres veces repetida. Donde estés, Carlos: gracias, gracias, gracias

Principal acusado

Mi foto
"Todo misterio resulta al fin una trampa. El rastro de Miguel Fernández, su espejismo, conducen a la nada. Inventarlo fue mi error. Conocerle, mi tragedia.”