Y cuando el dinosaurio despertó, Carver bebía, el oro de los tigres deslumbraba a Borges, Millás atendía el teléfono. Macondo entonces fue un sueño, una plegaria de Capote perdida en la lejanía de Bowles. El hombre ya no estaba allí. Solo encontraron un relato. Apenas un destello de vida.

6/28/2007

Garrote, garrote vil

De todos los comensales, él, aquél día, el del Libro, era el menos dicharachero. Y, sin embargo, tenía mucho que contar. Pero Joaquín Guerrero Casasola, que acababa de obtener el premio L'H Confidencial de novela negra, se limitó a informarnos de que estaba cursando un doctorado en Salamanca. Ahora que he terminado de leer su espléndida novela Ley garrote recuerdo aquél almuerzo y lamento no haber sido indiscreto para averiguar si Gil Baleares, ese antiguo policía que abandonó el cuerpo “dizque por ideales, ética y esas cosas”, que vive “a salto de mata” y que tiene trabajo cuando alguien lo busca “después de haberlo intentando todo, igual que los desahuciados que buscan curanderos y brujos”, regresará pronto, como vuelven siempre los grandes, de Marlowe a Carvalho, desde que la literatura empezara a teñirse de negro. Ocupado con el entrecot y en seguir la conversación ajena, Guerrero Casasola olvidó, o se lo impidió la charlatanería del resto, hablarnos de ese Méjico que no es lindo ni se parece al que describía “ese puto de [Agustín] Lara que no se cansa de cantar aunque ya esté muerto”. Baleares, su personaje, opina el mundo es “un jodido laboratorio psicológico pervertido por la cadena alimenticia, el pez grande devorando al chico sin necesariamente tener hambre”. No seré yo quien le lleve la contraria. Por desgracia, la realidad es parte de la ficción y no a la inversa. Lo confirma la crónica periodística: “Mal pagados y peor entrenados, los agentes mexicanos son presa fácil para el crimen organizado” (El País, 26/06/07). De puertas para adentro, el extravío del Perro Baleares, la ingenuidad de Juanito el desdoblamiento de Yayo, la honradez del taxista en el último viaje, aportan su cuota a un realismo que no es mágico y sí descorazonador. Recuerdo a Guerrero Casasola, sentado ante mi en la mesa, elegante, silencioso, con esa mezcla de desconfianza y aplomo que usan los grandes escritores para contar la vida.

6/16/2007

Desde Olinda. A Felipe Alcorta. In memoriam


Alcorta, amigo mío, sé que hasta los confines de la eternidad habrá llegado el eco de esa risa contagiosa que tanto buscamos quienes te quisimos. Con medias verdades algunos se empeñan en propalar que tu paso por la tierra estuvo lleno de desdichas y de desengaños. Conociéndolos, prefieren pasar por alto las circunstancias que, todavía niño, te obligaron a huir, oculto en un tren de mercancías. Para su colección de biografías ejemplares resulta más vistoso consignar tu amistad con Brel, como si fuera el fruto de una simple casualidad, y olvidar que peinaste la melena de Françoise Hardy para las fotografías que dieron la vuelta al mundo o que habías socorrido a La Mome cuando se desplomó en mitad de la actuación. Y en cuanto a lo que ocurrió después, intentan emborronarlo todo. Al parecer, regresaste por propia voluntad. Pero tú y yo sabemos quién se encontró contigo cerca de la estación; cómo y cuándo murió tu madre; quién desapareció sin dejar rastro; quién, una noche, volvió después; cómo te convenció y con qué argumentos para que te desprendieras de los discos, de las acciones, del dinero. Nadie tiene interés en explicar por qué se halló en tu chaqueta un pasaje de avión; cómo llegó tu fiel caniche, el día antes de que entraras en la cámara frigorífica, a la perrera municipal; a dónde fueron a parar las macetas; por qué ninguno de esos de los que ahora murmuran y lloriquean habían asomado por tu casa durante meses. Los muy ingenuos se creen a salvo en su mentira sin reparar en que, bajo la apariencia de un ser distraído y superficial, administrabas el rencor sobre la fórmula del “todo se paga”.
Que nadie se llame a engaño: Felipe Alcorta no perdonará jamás a sus deudores. Ni siquiera después de muerto.

6/14/2007

Eduardo Galeano. Los derechos humanos

La extorsión,
el insulto,
la amenaza,
el coscorrón,
la bofetada,
la paliza,
el azote,
el cuarto oscuro,
la ducha helada,
el ayuno obligatorio,
la comida obligatoria,
la prohibición de salir,
la prohibición de decir lo que se piensa,
la prohibición de hacer lo que se siente
y la humillación pública
son algunos de los métodos de penitencia y tortura tradicionales en la vida de familia. Para castigo de la desobediencia y escarmiento de la libertad, la tradición familiar perpetúa una cultura del terror que humilla a la mujer, enseña a los hijos a mentir y contagia la peste del miedo
­ –Los derechos humanos tendrían que empezar por casa –me comenta, en Chile, Andrés Domínguez

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"Todo misterio resulta al fin una trampa. El rastro de Miguel Fernández, su espejismo, conducen a la nada. Inventarlo fue mi error. Conocerle, mi tragedia.”