Y cuando el dinosaurio despertó, Carver bebía, el oro de los tigres deslumbraba a Borges, Millás atendía el teléfono. Macondo entonces fue un sueño, una plegaria de Capote perdida en la lejanía de Bowles. El hombre ya no estaba allí. Solo encontraron un relato. Apenas un destello de vida.

6/11/2006

Próxima estacion: Bobadilla



Cierta mañana me encontré, tras un sueño intranquilo, convertido en un monstruoso insecto. Todo mi ser reposaba sobre el duro caparazón de la espalda. Al alzar un poco la cabeza, descubrí un vientre oscuro, surcado por curvadas callosidades. Innumerables patas, escuálidas en comparación con el grosor ordinario de lo que fueron mis piernas, ofrecían el espectáculo de una agitación sin consistencia. La mísera habitación, la desvencijada cama que pagaba con agotadores trabajos eventuales, el ventanuco que recogía mi aliento en las noches invernales, se presentaban carentes de volumen, como si las dimensiones fueran dos.
Sí, alguien vendrá.
La carcajada de la gallina del cuadro lo negó: “Ahí te quedas hijoputa”. Las mariposas fueron una contraoferta. “Life vest under your seat”, suspiró bajo la butaca la cabeza de mujer. Si nada existía, ¿con qué materia me hicieron? ¿De una fibra o una sustancia plástica? ¿Me sostenía una estructura firme o la suma de telas, papeles y esencias reunidas a capricho?
Vendrán, repetí.
Demoré cada letra para olvidar que desde mi llegada, los patronos cambiaban a diario, que el edificio estaba en ruinas, que el vecindario empleaba una jerga desconocida y se organizaba por reglas imposibles, que si todo se ha perdido y nada se tiene no hay cafés, ni vino, ni partidas de cartas, ni amigos, ni amores.
¿Hasta cuándo permanecería ajeno, evidente, suspendido? La puerta, si existió, había desaparecido.
Un caudal invisible, como el dedo indiscreto que recorriera la geografía de los ojos, humedeció mi rostro. ¿Lloraba? El destino adquiría otras hipótesis. Con la sequía, el tacto será áspero; el azul, más intenso.
¿Qué contarán de mí los que me conocieron? La vieja y su alcuza, el perro mutilado, el hombre sin dientes que apoya su papada sobre el respaldo de la silla, el niño abandonado en el cochecito... ¿Se recogerán al paso de la comitiva que arrastrará al infinitivo este amasijo rugoso?
Nada queda. A partir de cierto punto no hay retorno. Ese es el lugar por alcanzar.



Para el catálogo de una exposición de Fran Bobadilla.
Ámbito Cultural. El Corte Inglés.
Diciembre, 2005

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"Todo misterio resulta al fin una trampa. El rastro de Miguel Fernández, su espejismo, conducen a la nada. Inventarlo fue mi error. Conocerle, mi tragedia.”