Y cuando el dinosaurio despertó, Carver bebía, el oro de los tigres deslumbraba a Borges, Millás atendía el teléfono. Macondo entonces fue un sueño, una plegaria de Capote perdida en la lejanía de Bowles. El hombre ya no estaba allí. Solo encontraron un relato. Apenas un destello de vida.

11/29/2006

El camino, los ingleses. Nosotros también espera(ba)mos la lluvia en el verano.

El Camino de los ingleses es de ida y vuelta. Te lleva y te trae. Esa senda me condujo hace años a un caserón frente del bar en el que se reúnen los chavales de la película de Antonio Banderas. El bar conservaba el porte de vieja taberna, anterior a la invasión de la cocacola, el acero inoxidable, la televisión y la música estridente. En su terraza, los extranjeros –ingleses o no- pasaban las horas disfrutando del sol y una copa de vino. Desde el ventanal, afligido, varado, los observaba con envidia. Sí, sería agradable agarrar un libro y perder la mañana o la tarde sentado en las sillas de hierro, pero un raro pudor, el pánico al tiempo malgastado, lo impedía. Luego, volví por fin al camino y La Fonda del Sol pasó a engrosar la lista interminable de lugares en los que quise demorarme. Di por hecho que la burbuja inmobiliaria habría acabado con ella, como con tantos escenarios de mis recuerdos, hasta que Banderas me puso delante de los ojos esa hermosa metáfora de los anhelos perdidos, de la juventud marchita. Allí, en la pantalla, resistían el bar, la fachada encalada, las rejas verdes, sin que uno supiera con certeza si estaban en pie o era una más de las muchas mentiras del cine. Por una vez, no se trataba de un espejismo. Allí quedará para siempre, a salvo de especuladores y olvidos, la taberna. Como la lluvia, el verano, el Paraca, la Gorda de la Cala y los versos de Miguelito, que acaso fueron también los míos. Como ese camino que según la actriz puede ser un mundo entero y que uno recorre, a veces extraviado, a veces exultante, hacia cierto o ningún lugar para detenerse, buscar una mesa, abrir un libro y perder la mañana.




1 comentario:

Francisco Ortiz dijo...

En el camino de la memoria, al que volvemos cada vez más a menudo, hay sitios inolvidables como el que nombras. Me gustan cada vez más estas películas que nos hacen recordar. Cosas de la edad, me temo.

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"Todo misterio resulta al fin una trampa. El rastro de Miguel Fernández, su espejismo, conducen a la nada. Inventarlo fue mi error. Conocerle, mi tragedia.”