Y cuando el dinosaurio despertó, Carver bebía, el oro de los tigres deslumbraba a Borges, Millás atendía el teléfono. Macondo entonces fue un sueño, una plegaria de Capote perdida en la lejanía de Bowles. El hombre ya no estaba allí. Solo encontraron un relato. Apenas un destello de vida.

11/13/2006

Yo fui la amante del Che



La encontré sentada en el salón, cerca de la maleta.
Tantas horas de avión –dijo- me han dejado molida. ¿Sabes? Fidel es fascinante. Me localizó en Aman, en el salón de un peluquero libanés. Apenas si pude hacer el equipaje. Fidel envió al aeropuerto un coche americano. Al principio, dejé que hablara él. Con voz melosa fue abriendo su corazón pero, el muy ladino, evitaba referirse a Ernesto. Un mulato llegó con dos daiquiris. Es curioso: Ernesto nunca mencionó que al Comandante le gustaran ese tipo de bebida. Sólo Nasser elogió una vez los mojitos que Castro había preparado en la cumbre de Belgrado. Nos quedamos callados, sin mirarnos siquiera, como chiquillos.
Intentó desprenderse de uno de sus pendientes y continuó: De pronto, Fidel canturreó un bolero. He olvidado la letra pero era preciosa. Cuando acabó, quise hablarle de Ernesto. Debí hacerlo entonces porque después, sin soltarme la mano, él siguió recitando unos versos que... ¿Por dónde iba? Ah, sí. Y al volver de la ópera, Fidel me pidió que nos casáramos esa misma noche, en Venecia. Le respondí que amaba a Ernesto con toda mi alma. Él no se inmutó, sorbió un poco de te y entonó un aria de Puccini. Uf, no he pegado un ojo en toda la noche.
Le ayudé a quitarse el otro zarzillo. Lo depositó con cuidado sobre la mesa y apartó mi mano.
Quiero dormir... –insistió.
Mamá, van a venir a recogerte...
Se enfureció.
¿Por qué todo el mundo me lleva la contraria? ¡Ordené que cancelaran todos los compromisos! Ernesto vuelve hoy de Persia.
Los dos jóvenes que se hicieron cargo de ella no consiguieron calmarla. Antes de que subieran la camilla a la ambulancia, le aparté el pelo del rostro.
¡Esto es un abuso! –gritó. Ernesto vendrá enseguida a liberarme. ¡Yo fui la amante del Che!

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"Todo misterio resulta al fin una trampa. El rastro de Miguel Fernández, su espejismo, conducen a la nada. Inventarlo fue mi error. Conocerle, mi tragedia.”