Y cuando el dinosaurio despertó, Carver bebía, el oro de los tigres deslumbraba a Borges, Millás atendía el teléfono. Macondo entonces fue un sueño, una plegaria de Capote perdida en la lejanía de Bowles. El hombre ya no estaba allí. Solo encontraron un relato. Apenas un destello de vida.

4/15/2008

No, no y no

Amigo Ortelio: En una reunión urgente, la Junta Directiva del Círculo Matemático me ha encargado que replique con contundencia a la recensión aparecida ayer en este mismo medio. Por la rancia amistad que nos une, te agradeceré que no demores su publicación. En breve, volveré a molestarte para que nos ayudes a difundir la celebración, a guisa de desagravio, de un simposio sobre Strafell. Recibe un afectuoso saludo de tu viejo condiscípulo,
Crescencio Mateos


Ya no roe, ahora corta y pega. La destreza del ignoto Tadzio Della Riva parece reducirse al manejo de esa herramienta informática que algún estúpido bautizó como ratón. Desde lo literario, su libro El té de las cinco está mal concebido, desordenado e incurre de lleno en lo zafio. Es un bodrio. La investigación que pretende aportar no ilumina la trayectoria del maestro Strafell, el nacimiento de su vocación matemática, su paso por distintas universidades en la Europa de entreguerras y, sobretodo, su aportación a la causa de la paz y al nacimiento de un nuevo orden mundial después de la derrota del Eje. Todo eso lo contó Victor Strafell en Algo parecido a la vida, para muchos críticos uno de los mejores libros de memorias del siglo XX. Nuestro falso biógrafo prefiere, sin embargo, insinuar un episodio para que los lectores hagan el resto del trabajo. Sí, aunque parezca extraño, Strafell y el dibujante Gustav Martin coincidieron en las aulas y tal vez cultivaron ese gusto por la tertulia sobre el que gira el libelo... A partir de ahí, todo es mentira. Mentira porque una verdad a medias es también una falsedad. Para empezar, la correspondencia está incompleta. Hay más cartas, como puede comprobarse en las memorias del insigne matemático. Es rigurosamente falso, además, que no volvieran a encontrarse. Por citar una ocasión, y hubo otras, en 1945, durante la Conferencia de San Francisco. No sabemos si pidieron café o güisqui, pero hablaron. Y, lo más doloroso, nadie ha refutado el famoso teorema, que no teoría, de Strafell. La labor de Kenn y Marshal, más rigurosa que la que nos ocupa, puso sobre el tapete el fundamento científico de Strafell y su preocupación por el delirio bélico. Apenas unas semanas después de la muerte del pensador, las tropas rusas invadieron Afganistán. De Gustav Martin, puedo aportar poco, salvo que al parecer dibujaba y bebía té.

1 comentario:

LA CASA ENCENDIDA dijo...

¡Que pena, algunos dicen que escriben un libro, pero no cuentan que utilizan ese instrumento (ratón) y cortan y pegan y además se colocan la corona de laureles, en fin, es lo que se lleva!
Bonito el relato.
Saludos

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"Todo misterio resulta al fin una trampa. El rastro de Miguel Fernández, su espejismo, conducen a la nada. Inventarlo fue mi error. Conocerle, mi tragedia.”