La última vez que estreché la mano de Porfirio Valente fue en el metro de Londres. Debió ser a principios de 1980, cuando en el Servicio temíamos que la crisis petrolífera y la invasión soviética de Afganistán desencadenaran una nueva Guerra Mundial. En medio de una multitud de rostros cansados, la sonrisa franca de Valente, entre dos soberbias mulatas, me pareció uno de esos espejismos que preceden a la muerte. Son mis nietas, anunció antes de cualquier saludo y con la picardía que en nuestros años jóvenes justificaba la compañía de alguna pupila de las varias casas de lenocinio que su padre mantenía. Como él mismo solía repetir, Valente estudiaba sólo para matar el tiempo. Con no pocas privaciones y demasiada tacañería, don Victoriano y doña Rita habían amasado una considerable fortuna que se multiplicaría tras el Ensanche diseñado por el arquitecto Soteras. Los Valente aceptaron demoler, se dijo que generosamente, los umbríos caserones aledaños al Teatro Imperial que movían la prostitución durante la posguerra. En la nueva calle porticada, Porfirio, tras ahuyentar a una caterva de cuñados y hermanos solterones, regentó los locales que hicieron moderna a la ciudad en los cincuenta. Sé por terceros que gastó sus días como un señor, según las definiciones que el diccionario establece para ese término pero oí también chismes sobre sus galanteos con la mujer de Soteras. Dieron que hablar los descapotables rojos, las noches con champán en la piscina, el eterno idilio con Bertice, la vocalista negra de la Orquesta Paraíso. En Bucarest le perdí el rastro, hasta aquel frío enero londinense. ¡Cuánto te he echado de menos!, dijo al abrazarnos. Unos paisanos con los que ayer coincidí frente al Floridita refirieron su muerte, solo y más rico que nunca, en la 312, su habitación favorita en el viejo Hotel Colón.
"Desde la ciudad de Zirma los viajeros vuelven con los recuerdos bien claros"
2 comentarios:
Aun no se explican porque una hora antes de encontrarlo muerto en su habitacion, habian visto salir de la suit 312 al innombrale Miguel Fernandez....esfunadose despues, sin dejar rastro, tal como era su costumbre. Pobre diablo.
Bienvenido de nuevo. Agradezco sus escritos, me hacen soñar e imaginar las películas de mi juventud. Los programas dobles con un chupa chus, porque no me gustaba comer pipas, hacían ruido y me perdía los comentarios interesantes.
Muchas gracias por estar aquí de nuevo.
Federico, el ciber-lector
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