Y cuando el dinosaurio despertó, Carver bebía, el oro de los tigres deslumbraba a Borges, Millás atendía el teléfono. Macondo entonces fue un sueño, una plegaria de Capote perdida en la lejanía de Bowles. El hombre ya no estaba allí. Solo encontraron un relato. Apenas un destello de vida.

9/18/2006

Desde Isidora. Adiós a Pafnucio Morán, poeta de la relevancia.

La cercanía de la muerte no impidió a Pafnucio Morán acudir esta semana a su cita en el Café Central con los poetas de la Relevancia, el grupo que él mismo formó a comienzos de los años setenta para renovar la vida literaria local. Las propuestas poéticas de Morán pronto serían asumidas por autores de la talla de Elciades Ortega-Viladerbó, cuya novela "Aire que barre el humo" fue considerada el manifiesto en prosa de la nueva estética, Román Galiardo o Gonzalo María de Astinegui, quien pese a sus coqueteos iniciales con el dandysmo, garantizó la evolución del movimiento y su conexión con las nuevas promociones. Combatidos con dureza por los partidarios de la poesía compungiva, sus rivales más acérrimos, en revistas, suplementos, tribunas y hasta a golpe de bastón en plena calle, los de la relevancia no se amilanaron ni sufrieron deserción alguna en sus filas. Tampoco las tensiones sentimentales hicieron mella en la solvencia del colectivo: la primera esposa de Morán lo fue más tarde de Ortega-Viladerbó y Galiardo y De Astienegui convivieron hasta que este último se instaló en Bogotá junto a una promesa de las letras indigenistas. "Más allá de cualquier modelo literario, la relevancia –solía repetir Pafnucio Morán- es una manera de resistir." Sus gregarios cumplieron el precepto hasta el final: en el entierro del fundador, todos rehusaron ayer hacer declaraciones. Ni sobre el futuro de la descomunal fortuna amasada por el finado, ni sobre la tesis de la profesora Bette Law, de Illinois, que avala, con documentos, la principal acusación de los compungivos: la relevancia se reduce a un burdo plagio, una copia palabra por palabra, del esteticismo noruego de finales del XVIII. "La mayoría de las páginas escritas desde esa tendencia, teñidas de cursilería cuando no de banalidad –concluye miss Law-, morirán con sus autores."


"...donde se fabrican con todas las reglas del arte largavistas y violines, donde cuando el forastero está indeciso entre dos mujeres siempre encuentra una tercera, donde las riñas de gallos degeneran en peleas sangrientas entre los que apuestan. En todas estas cosas pensaba el hombre cuando deseaba una ciudad. Isidora es, pues, la ciudad de sus sueños..."
Italo Calvino
Las ciudades invisibles

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"Todo misterio resulta al fin una trampa. El rastro de Miguel Fernández, su espejismo, conducen a la nada. Inventarlo fue mi error. Conocerle, mi tragedia.”