Y cuando el dinosaurio despertó, Carver bebía, el oro de los tigres deslumbraba a Borges, Millás atendía el teléfono. Macondo entonces fue un sueño, una plegaria de Capote perdida en la lejanía de Bowles. El hombre ya no estaba allí. Solo encontraron un relato. Apenas un destello de vida.

9/10/2007

Cada escritor es una casa


Cuando la fama era otra cosa, cualquier lector podía contactar con relativa facilidad con un autor popular. Algunos, como Martín Vigil, solían consignar su dirección al final de sus novelas. Otros respondían con amabilidad las cartas que recibían. No recuerdo cómo obtuve su número pero sé que, pocos días después de que ingresara en la Academia, hablé por teléfono con Carmen Conde. La llamé otras veces, más tarde, con algún pretexto, una entrevista para la revista del instituto o la felicitación por alguno de los muchos libros que publicó en aquél tiempo. La circunstancia de que viviera en la misma casa que Vicente Aleixandre, otro de mis escritores favoritos por entonces, hacía más atractivas aquellas conversaciones. El joven que fui imaginaba a los dos bardos sentados frente al televisor, como mi madre veía la telenovela con la vecina del séptimo. Al cumplir los diecisiete, Cien años de soledad y Últimas tardes con Teresa me abrieron otros horizontes lectores. Me encontré con Carmen Conde pasado el tiempo, cuando ya no leía sus poemas: charlaba en un acto con Rosa Chacel, su rival en la terna de entrada a la Española. Ahora que se cumple el centenario de su nacimiento, con la espléndida biografía de José Luis Ferris recupero la casa de Velintonia 3, los poemas de El tiempo es un río lentísimo de fuego –uno de sus mejores libros, para mi gusto- y la negativa elegante de la escritora –"hay una enferma en casa"- al adolescente que pretendió aprovechar una escapada a Madrid para visitarla. En el vacío de lo que ya no es, Ferris pone nombre y situación a lo que en sus memorias era sólo una insinuación, sin que nadie, ni la autora, ni sus lectores, tengan la sensación de haber caído en ese afán sensacionalista tan de nuestro tiempo.

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"Todo misterio resulta al fin una trampa. El rastro de Miguel Fernández, su espejismo, conducen a la nada. Inventarlo fue mi error. Conocerle, mi tragedia.”