En la certeza de tenerlo cerca, hacia el trabajo, de viaje, camino de alguna parte, no advertí su ausencia. Con el paso cambiado por un nuevo horario, un naufrago dio la voz de alarma: de algún tiempo a aquella parte, la brisa nocturna parecía menos cálida. El azar o el destino hicieron que el día de su vuelta yo, recién llegado también, entretuviera con la radio el tiempo vacío de la convalecencia. No lo esperaba, no había escuchado el inicio de la emisión, pero enseguida reconocí la naturalidad, el porte, la llaneza. Cierta mujer que traté me había preguntado muchas veces: ¿Le conoces? Decepcionada por los años, los fracasos sentimentales y un mundo que ya no le pertenecía, todas las noches, a eso de las diez, ella abandonaba cualquier compromiso, cualquier compañía, incluso la de su televisión todavía en blanco y negro, para quedarse a solas con el único hombre que le parecía coherente, aquél que sólo era una voz. No, no lo traté. Sólo una vez, hace muchos años, lo vi, de lejos, en cierta reunión. Tampoco escribí la historia de la mujer desengañada y a la que, como al naufrago, he recordado hace un rato. De la noche de su regreso sólo retengo una palabra tres veces repetida. Donde estés, Carlos: gracias, gracias, gracias
En el capítulo anterior...
Y cuando el dinosaurio despertó, Carver bebía, el oro de los tigres deslumbraba a Borges, Millás atendía el teléfono. Macondo entonces fue un sueño, una plegaria de Capote perdida en la lejanía de Bowles. El hombre ya no estaba allí. Solo encontraron un relato. Apenas un destello de vida.
10/04/2007
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1 comentario:
Con este escrito también he recordado a otra persona, que hizo de la voz, el hombre coherente. Espero que se hayan encontrado donde deban estar, y que descansen ambos (Charly y mi amigo) en paz.
Saludos del ciber-lector.
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