
Barrero reúne, sin duda, uno de esos perfiles de fotomatón a los que son tan propensos los periodistas. El del escritor tardío que logra que algunos de los mejores libreros de España, primero, una potente editorial, más tarde, y miles de lectores, después, se entusiasmen con un thriller. O para condensarlo en un titular, algo así como "Del anonimato al best seller".
Pero toda referencia periodística es siempre superficial. ¿Qué plumilla destacaría que a Joaquín M. Barrero le gusta emocionar a sus lectores? En La niebla herida, detrás del argumento –en la tierra nadie que se extiende desde la página hasta el corazón de quien sujeta el libro en sus manos– se advierten los colores de otra época, más pobre, más dura, distinta. Para los que nacimos después, la neblina obra el milagro, entonces, de mostrar los olores de la taberna, los secretos del matadero o la sensualidad de Jennifer Jones y Tom Tyler en los cines de programa doble.
Sí, hay muchos, demasiados, libros varados pero en La niebla herida nada se detiene. El lector huye con los muchachos que escapan de un suceso atroz, y a los que el destino dispensará un trato acorde con la dureza del momento, sin que durante la fuga pierda de vista el paisaje más negro que gris de la España del racionamiento.
Siempre asocio la niebla a los viajes que hice de niño en el modesto coche familiar. La niebla era entonces niebla y no el humo blanquecino de hoy. Como cuando salíamos al campo y la espesura gris borraba cualquier referencia. Eso ocurre a veces con los libros. Uno empieza a leer y no sabe cómo seguir ni a donde llegar. En La niebla herida, Joaquín M. Barrero guía con tino al lector.
¿Qué se puede esperar de un novelista que bautiza a su personaje con el nombre de Corazón?