
Los imagino llorando juntos en las cálidas noches de la primavera perpetua de Málaga, sentados en los sofás blancos de un café, al pie de la alcazaba y del teatro romano, en esos quinientos metros escasos en los que Málaga es todavía fenicia y judía y, por tanto, Granada. No me atrevo a decirles sus nombres porque ambos tienen vida pública, pero créanme si les digo que no son ni adolescentes destemplados, ni viejos feos que se arrepientan de nada. Los dos son guapos y sabios, los dos son humanos.
No pueden sospechar que cuando lloran juntos conmemoran todas las cosas por las que merece la pena llorar: la hermosura perdida de Eva, abrazada por un hombre que no sabe que se llama Adán ni que está condenado; la luna sobre Tartessos y el primer espejo que devuelve la imagen de una sonrisa espontánea; el guerrero caído en la batalla y padre; Mariana Pineda camino del cadalso, requerida de amores y condenada por un juez de infame memoria; el primer hexámetro redondo de un joven poeta griego; la mujer que al pie de la cruz mira al que agoniza; las cenizas de Medina Azahara recién extinguido el incendio que la borró de la faz de la tierra; el anciano andalusí, hombre de honor abofeteado en la iglesia por aquel cura maldito que desencadenó una guerra; el tiempo de las cerezas cantado en francés y el verso impecable de Aleixandre que dice de la vida: entre dos oscuridades, un relámpago.
Somos un relámpago de soledad, de amor y de tiempo y las tres cosas llevan lágrimas. Loado sea el amor de los que se ríen juntos. Bendito aquel que habla solo y se ríe, porque lleva en paz su soledad. Y alabado sea el amigo incansable que compone chistes para que nos riamos juntos de los estragos del tiempo. Sin embargo, hay algo en el llanto que no está entre las ventajas de la risa. Hay algo en el llanto de mis amigos de Málaga que nos recuerda la dignidad enorme de quienes lloran con razón: porque están demasiado solos, porque el tiempo los devora, porque sienten el sabor amargo que se llama tristeza y que aparece siempre cuando el amor se va, o porque son relámpagos humanos de soledad, de amor y de tiempo.
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La Opinión de Granada, 30.06.06